@jflafaurie

No se puede negar la reducción en todos los indicadores de violencia al término de la administración del Presidente Uribe. No sólo menguaron los crímenes asociados con el conflicto y el accionar de las guerrillas, sino también los de “inseguridad ciudadana”. Los homicidios cayeron 47%, los secuestros disminuyeron 90%, los actos terroristas 71%, el hurto y la extorsión más del 30%. Fue una carrera para superar la debilidad estructural del Estado de Derecho, que nos condenaba con mayor intensidad a ser víctimas de los delincuentes. Alcanzamos un buen escenario de paz, seguridad y respeto por los derechos humanos, que reactivaron la producción, la inversión extranjera y la economía en general.
En contra partida, en los últimos 3 años desandamos la ruta para combatir la criminalidad pero, además, nos sentamos nuevamente a manteles con los terroristas. Volvimos al camino de negociar el Estado de Derecho. Aunque se evoquen sus beneficios, se encubre una desoladora realidad: la Ley no se respeta y el fin justifica la violencia y el crimen, sin castigo. Por es vía se negocian indultos a cambio de una precaria paz.
Al paso, la guerrilla volvió a instalarse en 50 municipios donde había sido desterrada. Los hostigamientos se triplicaron en comparación con 2008. Los retenes ilegales crecieron 151% -el más alto en los últimos 5 años y el triple de 2008-. La extorsión aumentó 26%, el secuestro total 8% y, de éste, el simple se disparó un 67%, casi el doble que al cierre del gobierno Uribe. El narcotráfico y las BACRIM están desbordadas y los indicadores de inseguridad ciudadana -atracos, robos, delitos sexuales- rompieron las barreras, así como la violencia intrafamiliar.
Esto obliga a preguntarnos: ¿Qué paz queremos? ¿Podemos alcanzarla por la vía de los diálogos y la fractura de la legalidad? Si la definimos por su contrario, ausencia de violencia, nos enfrentamos a una tautología. La violencia guerrillera no representa más del 10% del crimen que se registra en el país. Detrás de la inmensa mayoría de los delitos se esconden pandillas, apartamenteros, sicarios, traficantes, falsificadores o psicópatas. En otras palabras, el mal llamado “delito político” no pesa tanto como las venganzas personales, la intolerancia o el vandalismo. Pero, además, está demostrado que en el posconflicto aumenta la violencia y, como si fuera poco, cuando hay señales equívocas sobre el respeto a la Ley, la criminalidad y el narcotráfico no mueren con sus auspiciadores.
Ahora bien, si definimos la paz por sus principios básicos: preservar para el Estado el monopolio de las armas y mantener el “gobierno de las leyes”, sabemos que el desarrollo, el respeto y reconocimiento de los derechos y libertades individuales se dan como resultado inevitable. La democracia se fortalece derrotando el terrorismo y nunca negociando con él. Después de 30 años fallidos de haber creído que a través del diálogo y negociando la Ley se conseguiría la paz, tenemos la certeza de que la política de Seguridad Democrática es la única opción que tiene la sociedad para fortalecer el Estado y avanzar en el camino de la civilidad.
*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN.
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