Por Alfonso Monsalve Solórzano
¿Qué fue lo que Santos firmó en La Habana? Un resumen, según dicen el presidente y el negociador De la Calle. Pero esa es una síntesis sui generis, porque la redactaron antes de tener los setenta y no se sabe cuántos puntos del acuerdo sobre el tema de justicia. Y claro, un acto tan chapucero no podía sino estallarles en la mano. Enseguida las dos “altas” partes se tranzan en una disputa sobre qué fue lo que signaron. El negociador asegura que se trata de un resumen de un texto en el que faltan por desarrollar puntos muy sensibles (¡!!). Las Farc salen a plantear que lo firmado es inmodificable, como si se tratara sólo de los puntos suscritos frente a las cámaras de televisión, y que el gobierno falta a su palabra cuando afirma que el acuerdo está incompleto. El jefe negociador, explota, señalando a las Farc de que son ellas las que faltan a la verdad. Amenazan, entonces éstas, en consecuencia, en que no podrán cumplir los tiempos pactados, como siempre han dicho, para sacar del desespero de santos el mayor rédito posible.
Y cuando el país clama porque se conozca el texto completo, Santos sale a decir, con una agresividad pasmosa, que no se dejará presionar ni por los medios, ni por esa guerrilla, ni por la oposición, a la que había acusado de ladrar, como lo hacen los perros, apelando malamente a Cervantes, pues la comparación, en labios del presidente, antes que ser un insulto es un elogio: ojalá él, precisamente él, tuviese la lealtad a toda prueba que es la característica esencial de los canes (de manera, que gracias por compararnos con tan noble especie; él, por supuesto, no encajaría).
Pero, ¿a qué se debió semejante montaje? ¿Cómo puede ocurrir tal desafuero? ¿Fue un error de buena fe? No. Lo que escondía Santos se supo casi de inmediato: iba para la Onu y necesitaba un hecho político para mostrase como el presidente de la paz, en fecha cercana a la promulgación del nombre del ganador del nobel de paz, para el que fue postulado (autopostulado, mejor), sin que le importe que lo sea en compañía del jefe de una organización responsable de crímenes de guerra y lesa humanidad, como el señor Londoño, mejor conocido como Timochenko. Pero, por otra parte, quería dar un golpe de opinión a favor del gobierno, a dos o tres semanas de las elecciones, para influir en éstas de manera espuria, haciendo pasar por buena, como dicen los chinos, una mercancía barata.
Y como todo aquí fluye por senderos archiconocidos, faltaba la andanada contra el jefe de la oposición por parte de la Fiscalía, como medida complementaria para influir perversamente en la voluntad de los electores, como se hizo en la víspera de las elecciones presidenciales. En efecto, este ente vinculó al presidente Uribe a la masacre del Aro por una declaración de alias don Berna, como si ese incidente no hubiese sido infinitamente investigado por las autoridades judiciales sin ningún resultado en contra del expresidente y como si el señor alias don Berna no fuese un mentiroso redomado, falto de toda credibilidad. Y no es que yo estoy diciendo que haya colombianos por encima de la ley, salvo, probablemente, los de las Farc que serían amnistiados e indultados violando la Constitución y los Estatutos de la Corte Penal Internacional, mientras condenan a sus enemigos políticos. La ley hay que cumplirla dentro de los parámetros establecidos; lo que es bastante sospechoso es que se usen las potestades de un organismo para crear un hecho mediático sobre hechos que hace rato están en la CSJ, para golpear políticamente la cabeza de la oposición.
Precisamente por esto, las próximas elecciones tienen que ser un plebiscito por la consecución de una paz con dignidad, que fortalezca nuestras instituciones democráticas, defienda la aplicación imparcial de la justicia evitando su uso como arma política, y le cierre el camino al contubernio que se cierne contra nuestro país. Entre más votos saque la oposición, menos margen de maniobra tendrán aquellos que quieren destruir nuestra democracia y a los opositores. En Antioquia hay muy buenos candidatos, como Andrés Guerra para la gobernación y Juan Carlos Vélez para la alcaldía de Medellín. Hay que ladrar, y duro, para que los que van a caballo del pueblo colombiano sepan que hay excelentes perros, leales, luchadores, a quienes nos duele Colombia.
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